Cuando a mis dieciséis años, allá
en el año 2003, comencé a explorar ese vasto mundo virtual de las salas de chat
habitadas por hombres anónimos y donde conocería a quien fuera mi primer novio
dos años después gracias a una de esas salas de chat, en el tiempo en que
conocer a alguien de manera virtual y considerarlo como algo serio era
impensable y que por eso ocultaba la verdadera forma en que lo había conocido a
él, sintiendo que el origen virtual de una relación valía menos a comparación
de una relación “away from the keyboard” (lejos del teclado), nunca llegué a
predecir, siendo uno de los primeros de esa generación virtual, que hoy esas
relaciones serían la norma. Que las historias de amor ya no volverían a empezar
como “Nos conocimos en un café” sino “Nos conocimos a través de un café
internet” y “Nos conocimos en Grindr” o “Luego de hacer match en Tinder
hablamos por Whatsapp”. Romanticismo posmoderno.
Lo que una vez consideré ridículo
o de menor valor, es hoy la forma principal en que conocemos e interactuamos
con otros hombres. Atrás quedaron las salas de chat, el anonimato por la
ausencia de tecnología disponible, el contestador de llamadas del teléfono
fijo, hasta los computadores personales fueron reemplazados por el súper
poderoso y siempre en evolución celular inteligente, que terminó volviéndonos
torpes en la esfera de nuestras relaciones sociales e íntimas.
Como tampoco pude predecir en el
impacto de la virtualidad en el mundo gay, tampoco pude advertir la forma en
que el mundo virtual complejizaría las formas de interactuar entre
homosexuales. Hoy, quince años después de mi salida del closet, el
caleidoscopio de lo que valoramos en nuestro mundo ha girado nuevamente, y todo
se ve distinto, la forma en que apreciamos algo ya no es igual a como lo
hacíamos ayer. Seguramente lo mismo me diría un hombre gay de 60 años respecto
a cómo vivimos hoy en comparación a como se vivía en su juventud el ser
homosexual, así como los medios o canales para conocerse entre sí han cambiado
drásticamente.
Nuestro mundo se ha transformado
tanto, que hoy es más arriesgado, por no decir que raro o acosador, decirle a
alguien “Hola” en la calle, en cualquier lugar de homosocialización o sitio
público que tener a otro hombre en la cama, aunque siendo honestos, eso también
es más difícil en la actualidad, aplica para los que no somos modelos de
Instagram. Y aunque esto es algo que he manifestado por conocimiento de causa
durante mi última década de existencia, lo reafirmé recientemente, cuando
alguien después de haberme ignorado en una red social, terminó hablándome y
algo más, en uno de tantos lugares a los que los homosexuales también les hemos
cambiado el significado y sus formas de uso.
En nuestro intento por darle
forma a nuestro mundo, no puedo evitar preguntarme ¿No aprendimos la lección
básica de cómo interactuar con otros hombres? ¿No se suponía que al tener
dentro de nosotros el gusto por alguien de nuestro mismo sexo, vendría incluido
el manual y las herramientas para saber interactuar con aquellos que comparten
nuestra orientación sexual?
Desde las fobias y prejuicios por
origen étnico o geográfico, las limitantes que ponemos por razón de edad,
nociones antropométricas, la segregación de clases sociales y estratos socioeconómicos,
envasadas en un recipiente que denominamos “preferencias” y del que tomamos un
sorbo todos los días en las redes sociales y aplicaciones que tenemos a nuestra
disposición para conocer a otros gays, me imagino cómo sería la vida si
actuáramos en ella como lo hacemos en el mundo virtual.
Con el tiempo he venido aceptando
mis limitaciones en lo que como gay me he convertido. Soy introvertido, mis
planes de ocio han cambiado drásticamente, así como mi círculo de amigos el
cual es eminentemente heterosexual, la duración de mis “relaciones” con otros
hombres se ha disminuido y casi que automatizado vertiginosamente, pues decir
“hola” y “hasta nunca” puede ocurrir en menos de un minuto. Con ello también
dejé de sufrir por un hombre, dejé de llorar por un hombre, dejé de esperar a
un hombre y por eso ya no me dejan plantado como en mi adolescencia, hasta he aprendido a articular verbalmente mi
descontento con todo lo que no me gusta de los tipos, al punto de que
cualquiera podría cuestionarme el por qué sigo siendo gay, pero ya dije alguna
vez que si todos los problemas se solucionaran con cambiar la orientación
sexual todo sería más fácil, pero no es así. Lo sé, insisto en ser un prospecto
muy aburridor a todo el que se me acerque. Y lo peor es que aún no he resuelto
cómo llevarme mejor con mi propia especie, cómo convivir pacíficamente sin
rencores duraderos, cómo hacer aquellos encuentros en la calle sucesos más
agradables y que no se me note en la mirada mi fastidio por aquellos personajes
que la vida accidentalmente me ha presentado en cada nuevo lugar que habito y
que por distintas razones de las que probablemente yo tengo gran parte de la
culpa, dejaron de compartir conmigo la existencia.
Irónicamente teniendo una
profesión inclinada hacia las personas, soy un torpe en el trato hacia los
hombres, y más hacia los hombres que me gustan. He venido aceptando que debido
a mis incapacidades en el trato humano me he visto obligado a utilizar la
tecnología a mi favor, lo que me permitió conocer a otros hombres como yo,
incluidos los protagonistas de mis únicas dos relaciones sentimentales,
múltiples compañeros sexuales, decepciones afectivas, y configurar los
aprendizajes que hoy me permiten hablar con cierta autoridad de mi orientación
sexual y de quienes la comparten conmigo, así sea para hablar de lo
decepcionante que resulta o puede llegar
a ser el mundo oscuro que está ligado a nuestra identidad, del que pocos
quieren hablar, que no es políticamente correcto y mucho menos popular, ni llamativo.
En retrospectiva, recuerdo a
quienes siendo mis compañeros en el colegio, que hoy sé que son homosexuales y me
pregunto ¿por qué nunca fuimos amigos? de hecho, me pregunto ¿por qué fuimos
enemigos? ¿Estaba muy ensimismado para reconocer más allá de las apariencias la
verdadera esencia de aquellos seres en su fase adolescente y me era imposible
encontrar las similitudes y más fácil enfatizar nuestras diferencias? O ellos
también estaban en la misma situación, que mientras ocultaban una parte de su
ser, privilegiaban otros rasgos que los acercaban a otro tipo de personas, finalmente
a otro tipo de hombres. Hoy quisiera preguntarles muchas cosas, y a la vez
pienso que no tiene caso, pues cada uno ha llevado su vida como mejor puede,
como mejor le parece, o como le ha tocado.
Siento que a mis treinta y un
años de vida, aún me queda mucho aprender en lo que al trato con otros hombres
respecta. Y no sé si sea muy tarde para reaprender, pues la verdad es que
amigos gays ya no tengo. De ser alguna vez el primer gay de mi grupo de amigos
en salir del closet, me he vuelto el gay de elección entre mis amigos
heterosexuales. Y quiero seguir pensando así, pues el hecho de pensar en
interactuar con los otros gays que conocen mis amigos y amigas heterosexuales,
sólo me genera ansiedad ¿Por qué? No lo sé. Lo mismo sucede con los gays que
hoy en día se relacionan con personas de mi familia. El escenario de estar
todos en un mismo lugar me parecería extraño e incómodo ¿Soy al único que le
pasa eso? Supongo que pondría una cara amable y haría un algún tipo de
conversación cualquiera en ese momento, pero finalmente no estoy seguro de qué
tan fructífero o significativo sería. A veces me pregunto cómo he logrado tener
amigos a lo largo de mi vida.
Tal vez, simplemente, debería
aceptar que no todos los gays somos iguales y que por lo tanto no todos tenemos
qué ser amigos, llevarnos bien, quitarnos un sombrero imaginario y hacer una
venia en la calle. Así, de paso, contribuir un poco a eliminar esa ocurrencia
de nuestros muy bien intencionados amigos heterosexuales, que unir a sus dos
amigos gays en pareja es una excelente idea. Y por eso, como no me dejo ayudar,
la foto imaginaria del paseo imaginario con mis amigos gays imaginarios todavía
no sucede, pero sigo a la expectativa de que ocurra en esta década o la
siguiente.